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Cuando el amor pesa más que el equipaje: viajando sola con dos niños pequeños

  • Foto del escritor: LP
    LP
  • 24 abr
  • 2 Min. de lectura

Viajar sola con dos niños pequeños en avión es algo que nadie te enseña realmente a hacer, pero toda madre en el extranjero ha tenido que pasar por ello alguna vez. No hay manual infalible, ni guía paso a paso que pueda prepararte para la realidad de tener un bebé en un brazo, una mochila colgando del hombro, una maleta que se tambalea y un niño de cuatro años que insiste en llevar una maleta más grande que él mismo. Es una aventura, sí. Una que roza el borde del caos… y también el de la ternura.



Esta vez, el viaje era desde el Reino Unido hacia España. Volvíamos a casa. A nuestras raíces, a la familia, a los abrazos largos, a la mesa llena de risas y platos compartidos, al “por fin estáis aquí” que tanto habíamos esperado. Y aunque sabía que no iba a ser fácil, las ganas de volver con los míos podían más que cualquier miedo, cualquier estrés, cualquier momento de desesperación en el aeropuerto.


Cuando el sistema no te lo pone fácil

Porque sí, el trayecto es intenso. El aeropuerto, en lugar de facilitar el camino, muchas veces lo complica. ¿Por qué no hay una línea rápida para madres que viajan solas con pequeños? ¿Por qué tengo que sacar la leche materna del bolso como si fuera un artículo sospechoso mientras intento calmar a un niño que no entiende por qué su peluche tuvo que pasar por el escáner? El sistema no siempre está diseñado pensando en las familias.



Y aún así, en medio del ruido y los controles y los “mamá, tengo hambre” cuando apenas han pasado diez minutos del embarque, surgen pequeños milagros. Como aquella señora que vio que no podía abrir el cochecito mientras cargaba con todo y, sin decir nada, lo hizo por mí. O ese padre de familia que cambió su asiento con gusto para que pudiera estar cerca del pasillo. Son esos gestos —que no deberían ser la excepción— los que me salvan el día y me hacen sentir menos sola en esta travesía.


Trucos de madre y la magia del reencuentro

Con el tiempo, aprendí mis propios trucos. Llevo una mochila con bolsillos bien pensados, una muda de ropa extra (¡para mí también!), cuentos pequeños que entretienen más que los iPads, y futa lavada y cortada. También aprendí a pedir ayuda sin vergüenza, porque viajar sola con dos niños no me hace menos capaz, solo más humana. Y a veces, ser fuerte es saber cuándo decir “¿Me echas una mano?”.


Viajar con ellos me ha enseñado que no todo sale como lo planeo. Que a veces hay retrasos, rabietas, manchurrones, pero también momentos de pura conexión: cuando nos reímos juntos viendo las nubes desde la ventana o cuando uno de ellos me abraza mientras duerme con la cabeza en mi hombro.


Y entonces, cuando al aterrizar siento esa mezcla de alivio y emoción, cuando veo que estamos a punto de abrazar a quienes nos esperan al otro lado, recuerdo por qué lo hago. Porque ningún miedo es más grande que las ganas de volver a casa.

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