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Maternidad real: Lo que dejamos atrás cuando elegimos cuidar

  • Foto del escritor: Manuela Ocaña
    Manuela Ocaña
  • 3 jul
  • 3 Min. de lectura

Nadie me preparó para esto. Para ese momento silencioso en el que te das cuenta de que no puedes con todo. Que por mucho que quieras, que por muy capaz que seas, hay días —etapas, incluso años— en los que no se puede estar al 100% en todo. Que ser madre y crecer profesionalmente a la vez es posible, sí… pero que la realidad no se parece a lo que nos venden en los libros de productividad o en las redes sociales.


Hay un día en el que miras a tu familia, a tus hijos, y luego miras tus ganas, tus metas, tus proyectos, y te das cuenta de que vas a tener que elegir. Al menos por ahora. Al menos un poco. Y duele. Duele porque sientes que dejar algo de lado es como soltar una parte de ti.


El equilibrio que no existe (al menos, no siempre)

He intentado hacerlo todo. He intentado trabajar, ser madre presente, cuidar mi casa, mantener una relación sana, alimentarme bien, estar en forma, seguir aprendiendo, no olvidarme de mis sueños… Y he acabado rota. Vacía. Frustrada. Con la sensación de no estar haciendo nada bien.


Porque cuando intentas repartirte en cien direcciones, al final lo único que logras es perderte.


Y entonces llega ese momento de claridad dolorosa: ¿Quién necesita más de mí ahora?¿Mi familia? ¿Mi carrera? ¿Yo?


No es rendirse. No es dejarse. Es tomar una decisión consciente de a qué vas a entregarte con más presencia por un tiempo. Y eso también es fortaleza. Eso también es crecer.


Elegir también es amar

Aparté proyectos, dejé en pausa una carrera que amaba, rechacé oportunidades que en otro momento habría perseguido sin dudar. Puse mi energía, mi tiempo y mi atención en casa, en esta etapa irrepetible de la infancia de mis hijos.


Y sí, hubo frustración. A veces el miedo de quedarme atrás me rozó los pensamientos. La sensación de estar apagando parte de mí para sostener otra parte más grande, más importante. Pero también hubo presencia. Hubo calma. Hubo conexión profunda. Hubo esos pequeños momentos —que sé que no volverán— grabados como tesoros.


Sé que en otro momento, cuando ellos crezcan y necesiten volar un poco más solos, llegarán decisiones distintas. Tal vez entonces priorice nuevamente mi crecimiento personal y profesional. Tal vez aparezca la culpa. Pero también, estoy segura, llegará el orgullo. La satisfacción. Y ese aire fresco que también se necesita para ser y estar de verdad.


Porque ninguna elección es definitiva. Porque la vida se mueve en ciclos. Porque no se trata de elegir para siempre, sino de elegir por ahora. Y entender que lo importante no es hacerlo todo, sino estar donde se te necesita con intención y amor.


No estás fallando, estás decidiendo con el corazón

A veces creemos que tener que elegir significa que estamos fracasando. Que no somos suficientes. Pero es justo lo contrario: tener la valentía de parar, de preguntarnos qué queremos y qué podemos sostener, es un acto de amor propio y de responsabilidad enorme. Nadie gana cuando tú te pierdes intentando sostenerlo todo.


Así que si hoy estás en ese punto, si sientes que algo tiene que esperar para que otra cosa crezca, si te duele esa elección, pero sabes que es lo mejor para ti, para los tuyos, para tu salud mental… te abrazo. Estás haciendo lo mejor que puedes. Y eso es más que suficiente.


Un día, todo volverá a su sitio. Y mirarás atrás y dirás: valió la pena.



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