Entre dos tierras: el privilegio y el peso de tener dos hogares
- LP
- 25 abr
- 2 Min. de lectura
Hace diez años que vivo en Reino Unido, pero sigo sintiendo que tengo un pie aquí y otro allá.
Soy española, madre de dos hijos que ya nacieron en esta tierra gris y verde, donde el cielo cambia de color cada cinco minutos y el té lo cura (casi) todo. Pero mi corazón sigue extrañando la paella de los domingos, los días siempre azules, la vida en la calle y las sobremesas largas con mi gente.
Tener dos hogares es una bendición. Y también, a veces, una carga.

Huir para volver: la necesidad de tomar distancia
Hay días en los que el colegio en UK donde cada uno va a lo suyo, las rutinas cronometradas, la lluvia que no cesa y la soledad acumulada, me ahogan. Entonces mi alma grita por un respiro, por un vuelo rápido a casa, por escuchar mi idioma sin pensar, por abrazar a mis padres, por simplemente estar sin tener que encargarme de todo. Porque por mucho que me integre, hay una parte de mí que siempre se queda medio afuera, como si este país me abrazara con una sola mano.
Pero también hay días —y son muchos— en los que vuelvo a España y siento que me falta algo. Que el silencio de mi casa británica, mi rutina construida con gran esfuerzo, ese pequeño rincón de calma que encontré aquí, me llama. Porque Reino Unido también es mi hogar. Porque aquí he creado una familia, he madurado, he sobrevivido y, sobre todo, me he demostrado que puedo con mucho más de lo que pensaba. Y he de decir que no lo hago nada mal.
A veces necesito huir de uno para valorar el otro. Irme un tiempo, tomar perspectiva. Volver a ver con claridad lo que tengo, lo que me duele y lo que me sostiene. Y en ese vaivén constante, he aprendido algo precioso: no tengo que elegir. No tengo que encajar en una sola etiqueta. Puedo ser dos versiones de mí misma y estar completa en ambas.
Dos culturas, una familia: el arte de equilibrar
Criar a mis hijos entre dos culturas es un reto y un regalo. Les enseño a saludar con la calidez de un beso en la mejilla y a respetar el espacio personal con un “sorry” casi automático. Les hablo de la importancia de la familia y también del valor de la independencia. Les cocino lentejas un día y salimos a comer fish and chips al siguiente. Y en medio de todo eso, les doy lo mejor de cada mundo. Porque, aunque a veces me sienta partida en dos, ellos son la síntesis perfecta de ambos hogares. Ellos son mi puente.
Tener dos hogares significa tener dos refugios, dos anclas, dos formas de entender la vida. Y aunque a veces duela estar dividida, me doy cuenta de que eso también me ha hecho más fuerte, más flexible, más consciente de quién soy. Ahora entiendo la vida desde varias perspectivas, ahora puedo ponerme más fácilmente en la piel de otros.
Y eso, sin duda, es un privilegio.
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